domingo, 19 de octubre de 2014

Los clásicos no pasan de moda

El artista del mundo de los fierros

A sus  45 años Martin Farias se enorgullece de su trabajo como abogado en el Ministerio de Justicia de la Ciudad de La Plata, pero a la hora de hablar de aquello que le da sentido a su vida no duda un instante en contestar:”Los fierros”

Sentado en un taburete de su taller personal, Martin se arremanga la camisa y le desprende los primeros botones; porque está bien sentirse un poco ahogado en el trabajo, pero acá en su santuario  la primer regla es ser libre.  Así que mientras se prende un cigarrillo y aspira con ganas, está listo para compartir su historia. Su primera de amor, como él mismo se animo a llamarla.

Su padre Jose Farias era un mecánico aficionado, todo lo que sabía lo había aprendido a prueba y error. Si un auto funcionaba después de pasar por sus manos, él estaba en lo correcto. Caso contrario volvía a intentarlo hasta que lo lograba. Un hombre persistente y decidido, que intento inculcar su pasión a Martin durante toda su infancia.

Pero Martin tenía sus propios sueños y aspiraciones. Desde sus pequeños 12 años él sabía que quería ser abogado y luego de terminar sus estudios, no dudo en ingresar a la Facultad de Derecho de la UNLP.  

A sus 20 años se dividía entre la universidad y su trabajo en el taller de su padre. Él recuerda aquella época sin poder evitar reír y relata: “Odiaba tener que estar en ese lugar, el ruido de las maquinas me volvía loco y aunque intentaba recordar algunos capítulos de lo que tenía que leer para la facultad, no era capaz de escuchar ni mis pensamientos”. Una situación que se repetía casi todos los días de la semana sin que él pudiera hacer nada para evitarlo.

Pero su martirio termino un día de invierno. Lo recuerda debido al frio intenso que azotaba la zona en aquel momento y que lo obligaba a trabajar en el taller con guantes de lana. Tenía unos 21 años aproximadamente y su padre  se había comprometido en un nuevo emprendimiento. La restauración de autos clásicos.

“Vivíamos discutiendo por su trabajo en el taller, él siempre estaba mal dispuesto para todo. Yo quería creer que era la rebeldía de la juventud, pero lo que más miedo me daba era que mi único hijo no quisiera acompañarme en el trabajo de mi vida. Gracias a Dios se dio cuenta y acá estamos” aclara José, quien no puede evitar mirar a su hijo con evidente orgullo  y es absolutamente  palpable la cercanía entre ambos. Martin sonríe ante lo dicho  y le ofrece un guiño de ojo que produce el mismo efecto en el mayor. Y aunque no lo ponga en palabras sus gestos sugieren un “gracias” que es entendido inmediatamente por todos los presentes.   

A fin de no rendirse ante el sentimentalismo del momento, Martin decide continuar y recrea la escena acompañando cada palabra con el movimiento de sus manos y confiesa:”Yo no sabía de modelos, no sabía de motores. Era un ignorante total. Pero cuando vi por primera vez  ese Chevrolet 1926 descapotable y con llantas de madera, quede fascinado. Deje lo que estaba haciendo y me acerque al viejo para poder ver mejor el auto. Fue amor a primera vista.”

Ese fue el primero que Martin y su padre restauraron. No recuerda exactamente cuánto tiempo les tomo, pero puede asegurar que fue más de un año de trabajo, sobre todo por la falta de experiencia de ambos en éste campo y con las limitaciones que encontraban a la hora de conseguir los repuestos originales.  Pero 24 años después, con sus conocimientos y la ayuda de internet todo es más fácil para ellos. Martin asegura que no hay ningún clásico que él no pueda restaurar y en cuanto a los repuestos, si existe en algún lugar del mundo, él es capaz de obtenerlo.

“Pero todo lo que hoy puedo hacer se lo debo a los años de rompernos las manos y la cabeza con los primeros autos que refaccionamos con el viejo. Algunos fueron más difíciles que otros, pero no hubo uno solo con el que yo no terminara completamente conforme” asegura Martin, quien no ha parado de sonreír mientras habla del tema.

Él sabe que es una persona afortunada. Pudo terminar la carrera con la que había soñado durante su infancia y ejercerla. Y como si eso fuera poco, encontró otra pasión más allá de su trabajo y profesión.  Una pasión que comparte con su padre y su hijo Alejandro.

“Y esto se termino por imponer como una tradición en la familia. Yo se que algunos se dedican a pasarse el añillo de la abuela de generación en generación, pero nosotros nos pasamos el amor por los fierros” asegura Alejandro. Él ayuda a los dos adultos en la refacción de los autos y aunque todavía es considerado el “che pibe”, como lo llama Martin, planea estudiar mecánica el año entrante para seguir los pasos de su padre y su abuelo.

“El viejo se obsesiona con cada proyecto nuevo y se pasa cada minuto hablando de lo que tenemos que comprar, lo que hay que hacer y cómo. ¡Te vuelve loco! Pero a mí no me molesta tanto, porque si no fuera por él yo no sabría ni la mitad sobre esto” dice Alejandro mientras le da un ligero golpe a su padre en el hombro. La palabra camaradería parece haber sido inventada para referirse a ellos.

Por su parte Martin mira la hora y se pone de pie bufando sutilmente, demostrando su inconformidad ante la falta de tiempo para continuar. Carina, su mujer, está a punto de terminar con la cena y no aceptara que nadie la haga esperar. Todos los presentes saben que los horarios  se deben respetar, porque en un hogar de clásicos las tradiciones nunca se rompen. 

Alejandro y José se despiden y para  finalizar Martin se acerca a un  Kaicer Caravela de color negro al que tuvo que llenar de cromado. Acaricia suavemente su superficie mientras recuerda los días dedicados a los detalles, porque según él la mayor belleza de los clásicos es aquella imperceptible a primera vista, pero que al acercarte es capaz de dejarte con la boca abierta.  Y así lo expresa: “Detalles, simples y en el lugar correcto. Porque los clásicos son una forma de arte, algo que todos pueden apreciar y pocos pueden comprender.” Y en ese momento deja de ser Martin Farias. Él es el Miguel Ángel de los fierros.

 
Por Noelia Velazquez

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